Ellen G. White reconoce que vivimos en un mundo afectado por el pecado, lo cual ha distorsionado la naturaleza humana y sus deseos. Sin embargo, ella hace una distinción clara entre los deseos naturales, que fueron dados por Dios para el bienestar y la felicidad del ser humano (como el hambre, la sed, el afecto, etc.), y los deseos antinaturales, que surgen de la corrupción y la perversión del pecado.
En sus escritos, White enseña que, aunque todos los seres humanos tienen una naturaleza caída y tendencias hacia el mal, no todos los deseos son antinaturales. Los deseos antinaturales son aquellos que van en contra del propósito original de Dios y que llevan a la autodestrucción, la degradación moral o la rebelión contra los principios divinos. Por ejemplo, ella menciona:
- “Dios ha dado a los hombres apetitos y pasiones, pero cuando estos son pervertidos por la complacencia, se convierten en una maldición.” (Testimonies for the Church 3:563)
- “El apetito, cuando es gobernado por la razón y la conciencia, es una bendición; pero cuando es pervertido, se convierte en una maldición.” (Testimonies for the Church 3:491)
- “El hombre fue creado un poco menor que los ángeles, pero por la transgresión, sus facultades han sido pervertidas, y los deseos y pasiones han sido corrompidos.” (Testimonies for the Church 2:347)
En resumen, para Ellen G. White, no todos los deseos humanos son antinaturales. Los deseos naturales, cuando se mantienen bajo el control de la razón y la voluntad guiada por Dios, son buenos y forman parte del plan divino. Los deseos antinaturales son el resultado de la perversión del pecado y deben ser vencidos por la gracia y el poder de Dios.
Referencias académicas:
- White, E. G. (1875). Testimonies for the Church, Vol. 3, pp. 491, 563.
- White, E. G. (1870). Testimonies for the Church, Vol. 2, p. 347.
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